La importancia de la autocrítica – Reflexiones basadas en los trabajos del taller poético
Llevo unas semanas los trabajos escritos del taller poético en Burgos. Aquí los tenéis todos. Aparte quiero compartir con vosotros una reflexión alrededor de las experiencias e ideas aportado por cada uno.
Abro con la reflexión de Margarita:
La entrega que se puede observar en muchas personas realmente es asombrosa, pero, si hay tanta entrega, ¿por qué nuestros movimientos parecen tener tan poco éxito?
Rufino reflexiona sobre la importancia de llevar las convicciones políticas y sociales a la vida cotidiana y lo fácil que es traicionar hasta en las decisiones más pequeñas, algo sobre lo que también ya he reflexionado en “De decisiones y motivaciones”. Es un tema fundamental, ante todo si ampliamos la mirada más allá de nuestro rol de ciudadano crítico y revisamos nuestro comportamiento en los espacios comunes. ¿Somos motores de la liberación de los demás? ¿O permitimos que nuestros impulsos se impongan y dificultan el trabajo que supuestamente venimos a hacer? Es un tema al que he empezado a entrar en “Motivaciones personales, fuentes de conflicto” y otros textos sobre la asamblea. El matiz que aporta lo vivido y reflexionado en Burgos es como necesidades emocionales no manejadas, por ejemplo la necesidad de ser escuchado o reafirmado pueden boicotear el proceso de diálogo y hasta imposibilitarlo, aunque la motivación principal sea altruista. En este significado la autocrítica que realiza Chelo, analizando como su tendencia de hablar de manera impulsiva puede llegar a ser impositivo, se vuelve fundamental. Cada uno debería preguntarse a si mismo: ¿Mi comportamiento ayuda o dificulta al proceso?
Este giro también lo ha hecho Cristina en su reflexión, cuando hablando de las manipulaciones en un proceso asambleario revisa como ella lo ha manejado mal. Es muy cómodo quedarse con la idea de que los demás han arruinado al proyecto con su comportamiento. Es mucho mas incómodo aceptar que uno ha sido cómplice de estas manipulaciones, porque ha permitido que pasen, sea por inexperiencia, por pereza, por miedos… Pero es este cambio de perspectiva el que permite desarrollar maneras de responder ante situaciones similares. Si pongo mi atención sobre la manipulación de los demás me lleva a querer cambiar y controlar el comportamiento de ellos, una propuesta inherentemente violenta y opresiva. Si asumo mi complicidad y reflexiono desde ella, me lleva a modificar mi propio comportamiento ante la manipulación, buscando mejores maneras de frenarla, algo que me abre muchos caminos distintos.
Germán realiza esta autocrítica de una manera más sutil. El habla de como después de un proceso de trabajo una propuesta fue cambiada en la asamblea, sin que todos los que decidieron habían participado en la reflexión principal ni dialogado sobre ello en profundidad. Algo que en muchos ambientes de izquierdas está normalizado, hasta tal punto que se llega a tomar por normal que cualquiera participa en la toma de decisiones, como lo describo por ejemplo en “¡No puede ser!”. ¿Esto realmente es sano para un proceso grupal? ¿Permite un trabajo constructivo? ¿Y qué efecto tiene en las personas cuyo esfuerzo es desechado? Como observa Germán, el problema no es que una persona se imponga, sino que todos los participantes suelen ser cómplices de estas violencias.
Siguiendo con esta linea me destacan unas palabras de la experiencia de Ana: una asociación de barrio que – a pesar de ser una experiencia positiva a nivel personal– se murió por no conseguir integrar a personas nuevas en el núcleo del proyecto. Ella dice que implicar a otras personas era “misión imposible”, una impresión que habremos sentido muchos. Pero, ¿por qué? ¿Es porque los demás no valen para la lucha o porque nosotros no sabemos trabajar con ellos? ¿Qué de nuestro comportamiento les lleva a alejarse? ¿Qué de nuestro planteamiento hace que no se identifican con lo que hacemos? ¿Qué tenemos que cambiar para que nuestros proyectos tambien se hagan suyos? Encontrar claves concretas para hacer esto es fundamental. Solo así podemos soñar con que nuestro esfuerzo realmente transforme la realidad.
Esto me lleva al dibujo de Pablo:
La impotencia que parece dominar tanto en los ambientes de izquierdas, ¿realmente nace de que el sistema es imposible de cambiar? ¿O es más bien así que nuestra propia manera de estar nos mete en espirales imposibles que nos inhabilitan? ¿Qué sencillamente tenemos que cambiar de dirección y romper nuestros propios muros?
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