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Con estas chicas – Como dos amigas convirtieron nuestra asamblea en un infierno

Estos dos meses que llevo publicando sobre mi experiencia en la okupa me he dedicado ante todo describir el contexto, desde el uso de la ‘k’ y la relación contradictoria que tenía con estos ambientes, hasta los puntos fuertes y las debilidades mortales que tenía el proyecto. Y por fin siento que he puesto en sitio todos los elementos previos y puedo empezar a entrar a la materia real, este tiempo en la okupa y todo lo mal que nos hemos tratado entre nosotras. Cómo dije en un momento, podría contaros todo un cuento romántico sobre la okupación y los obstáculos llegamos a superar. El deseo común sirvió para unirnos en ciertos momentos. Pero quedarme allí sería romantizar el pasado sin aprender de el. Para que sirva para aprender hay que abrir el baúl doloroso y poner los fallos y fracasos sobre la mesa. En este caso son míos, y algunos muy personales, pero lo comparto con la fe que muchas y muchos de vosotros lo habéis vivido de manera similar en ambientes aparentemente opuestos a este.

Un ejemplo de algo que se repite en diferentes sitios es emprender un proyecto con las personas equivocadas, personas cuya presencia en el núcleo hace que el proyecto se convierte en un infierno o una derrota.

En caso de esta okupa fueron dos chicas, de apariencia muy simpática, pero de costumbres muy violentos. Las llamaré Tere y Nuria.

Ya fui avisada de lo problemático que eran antes de entrar a la casa, cuando conté a un amigo del rollo sobre cómo iba el proceso preparatorio. Cuando le nombré a Tere y Nuria me interrumpió: “¿En serio vas a okupar con estas chicas? Piensátelo bien, ¡la que te espera!”

Y razón tenía, ¡vaya chicas que eran estas dos!

Eran personalidades fuertes, muy extrovertidas y sin inhibiciones a la hora de presionar para lo suyo. Siempre te miraban con este toque de desprecio y su postura física era de batalla, siempre listas para la confrontación. Te hablaban con voz alta y firme, a menudo con tratándote cómo estúpido. Incluso por debajo del tono más suave flotaba una sutil amenaza de lo que iba a pasar si no aceptabas. Y cumplían con esta promesa, cuando lo veían necesario te atacaban con una avalancha verbal y emocional. Este efecto fue reforzado porque las dos eran tan amigas que funcionaban como equipo en todo momento. Y se comían a la asamblea.

En las semanas antes de entrar a la casa no se hacía muy evidente, todavía había mucha distancia entre nosotras. Pero una vez dentro se manifestó por todos los lados.

Hay que decir que Nuria y Tere curraban, y mucho. Curraban más que nadie. Pero también que podían porque ni trabajaban ni tenían otros compromisos, y el resto de nosotros sí los tenía. Así que ellas se pudieron volcar de una manera en la casa que para los demás no era posible. Y luego ellas usaban haber currado más para generar presión: “¿Cómo vienes a opinar cuando yo he tantísimo más que tú?” En ningún momento tuvieron en cuenta nuestros circunstancias.

A partir de esta posición ellas generaban una tremenda presión en la asamblea: Nadie nunca trabajaba lo suficiente, no parecíamos comprometidas con el proyecto, nos queríamos escaquear, eramos unos blandengues… Cuando faltabas a una jornada de trabajo había que justificarlo bien justificado y en asamblea, cuando al principio estas jornadas eran casi a diario. Si faltabas mucho o si tu justificación no les gustaba a ellas, ¡la que te caía! Yo recibí una gorda porque un familiar vino a visitar, un familiar muy querido, muy joven que estaba por primera vez aquí. Yo quería hacer cosas con el, pero: ¡Prohibido! ¡Aquí se curra o …!

Así que curré esta semana, así que todas currábamos como locas. Paramos nuestra vida al máximo posible sin que perdiéramos el trabajo o algo de este calibre. No hacíamos nada de lo que nos apetecía. Incluso ir a ver a los amigos un viernes por la noche había que hacerlo a escondidas de ellas.

Cómo lo llevábamos los demás esto se resumió muy bien durante una conversación que de pasillo antes de la asamblea. Le confesé a un compañero que estaba harta, que lo estaba pasando mal, no quería ir a la asamblea, que no aguantaba a Tere y Nuria. “Me pasa lo mismo”, me respondió, “Lo que hacen estas chicas no es guay. ¿Pero sabes qué? Una vez terminado el trabajo grueso, cuando estemos todas en nuestros pisos, apenas vamos a tener que tratar con ellas. Así que: ¡Aguanta! ¡Pronto pasará!”

Le hice caso y aguanté, aguanté, aguantamos todos hasta que teníamos nuestras casas, pudimos cerrar las puerta y sentirnos cómodos en nuestros espacios privados.

El punto positivo de tanta presión fue que este momento llegó relativamente rápido, ya que nos llevó a trabajar mucho más de lo que hubiésemos hecho de otra manera.

Pero el motor que había detrás de tanto empeño era miedo. Teníamos miedo a ser atacadas por Tere y Nuria y esto nos llevó a hacer más de lo que realmente estábamos dispuestos a hacer. Ellas se imponían y nosotros nos sometimos.

No siempre, no en todas las decisiones, pero en la gran mayoría y siempre cuando a ellas les importaba el tema. Conseguir una decisión en contra de su deseo era sostener una batalla dura y sucia. Era más fácil callar y obedecer que enfrentarse a ellas. Casi siempre se hacía lo que ellas decían. Y aun en las decisiones que no impusieron, ellas habían marcado el tono y el trato entre nosotras: O hablabas fuerte o callabas, o la peleabas o callabas, o te enfrentabas o no pinchabas. Nuestra asamblea era un espacio enmarcado por un tono agresivo y despectivo. Ya con esto nos tenían sometidos.

Era justo el tipo de asamblea que siempre había evitado. Normalmente buscaba espacios más de ‘buen rollo’. En cuanto había señas de que alguien dominaba a las malas salía corriendo. Pero esta vez no, esta vez decidí quedarme. Mi voluntad de tener un piso okupa era más fuerte que mis deseos de buen rollo. Así me quedé y lo aguanté hasta las últimas consecuencias. Porque aunque después de tener nuestros pisos se relajó la presión continua hacia nosotros, que pudimos respirar un tiempo en nuestras casas, recién empezaron las historias chungas, recién vino lo realmente duro. Sencillamente se ralentizó el ritmo de los encuentros mientras el maltrato iba a más.

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