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Mis desgracias en la okupa: Cómo un objetivo claro nos permitió funcionar bien al principio

Hoy hablaré de la primera fase del proceso de okupación en el que participé. Hablaré del momento más agradable que fue cuando estábamos preparando la okupación.

Hay dos elementos que destacan de esta fase.

Primero fue el mejor momento del grupo: Las asambleas eran eficaces y ordenados, hablábamos de lo que tocaba y llegamos con agilidad a acuerdos. Apenas había tensiones, ni siquiera en el momento de elegir la casa. Comparamos la información que teníamos y elegimos aquella que se ajustaba mejor a nuestros criterios. Hasta se puede decir que fue una de las asambleas más ordenadas y eficaces que he experimentado en los ambientes sociales.

Segundo destaca la reducción extrema del tamaño del colectivo. En la primera reunión eramos un grupo grande, entre veinte y treinta personas, o posiblemente más. Pero solo unos diez llegamos a okupar. Todas las demás desaparecieron entre esta primera reunión y la noche en la que entramos a la casa.

Así qué, casi toda la perdida de gente fue en la fase en la que mejor funcionamos. A primera vista parece contradictorio. ¿Por qué se fueron tantas en este momento? ¿Y por qué funcionábamos tan bien a pesar de tener integrantes tan conflictivos?

Yo creo que no es tan contradictorio, sino al revés, que la respuesta a ambas preguntas es la misma: Pasó porque teníamos un proyecto claramente definido, okupar un edificio que nos diera las mejores condiciones posibles para viviendas. Y dentro del grupo inicial había suficientes personas dispuestas a hacer esto realidad para sacarlo adelante. Había un grupo núcleo que buscábamos el mismo objetivo y impedíamos que se metieran distracciones en la asamblea. Y también estábamos preparados a hacer todo lo necesario para ello: Ir a ver casas, investigarlas en las instituciones, hablar con veteranos y abogados…

Para que la okupa pase de ser una idea a ser una realidad había que hacer un esfuerzo práctico. De aquellos que estuvieron en la primera reunión, algunos estábamos dispuestos a hacer este esfuerzo, otros no. Esta primera fase nos sirvió como filtro para separar unos de los otros. De aquellos que silenciosamente desaparecieron la mayoría probablemente no tenía deseo real okupar. Puede que la okupación les parecía guay, pero no lo suficiente para ir fichando casas, puede que les atraía la idea de vivir en una okupa, pero a la hora de plantearselo de verdad les pudo el miedo, o que la pereza, o… y así que se fueron.

Aquí se evidencia un factor que no tiene nada que ver con la personalidad, sino sencillamente con la voluntad personal para aportar a un objetivo concreto: Cuando una quiere de verdad, está, cuando no quiere, no está.

Y en un trabajo así, ordenado y con objetivos claros y comunes, incluso las personalidades más conflictivas se pueden moderar, porque incluso para ellos se vuelve más importante lograr la meta común que desplayar sus egos.

Así que, funcionamos de maravillas en esta primera fase. Nos duró hasta que entramos a la casa. Luego, una vez dentro, en la intimidad de la convivencia y con las tensiones de tanto trabajo cambió la cosa. Ya se liberaron los egos del control de la meta común y la convivencia se volvió infernal. Más sobre esto la semana que viene.

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