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Cómo empezó esta casa okupa y por qué estaba destinada a fracasar

El desastre estaba programado desde la primera reunión. Esta la hicimos a finales de un verano hace casi diez años. Nos juntamos en plena calle, en una de las plazas de Madrid. Habremos sido unos 20, 30, no me acuerdo bien. Lo que sí todavía veo claramente es la imagen de nosotras sentadas en círculo, hablando. Nos habíamos juntado aquellas que por un lado estábamos lo suficiente en el ‘rollo okupa’ para que alguien nos apse la cita, y que por otro lado teníamos suficiente interés para acudir. Pero esto era lo único que teníamos en común. Ni siquiera nos conocíamos entre nosotras.

Tampoco hicimos mucho esfuerzo para cambiar esto. Eramos un grupo de cualquieras ‘del rollo’ con un único objetivo común: abrir una okupa de viviendas con pisos separados. Así qué, sin muchos rollos pusimos manos a la obra: investigamos la información mínima técnica y legal, fichamos casas, juntamos más información sobre ellas… Avanzábamos aquellas que tiraban, las que venían y curraban, más o menos la mitad del grupo inicial. Hasta que unos tres meses después de la primera reunión tomamos acción y entramos a una casa. Nos salió bien en el significado de que conseguimos un edificio que nos duró más de un año.

Ahora podría contar muchos cuentos guays sobre aquello: la aventura de entrar al edificio, cómo al principio dormíamos todos en una habitación hasta que los pisos fueran habitables, cómo recuperamos la electricidad que nos habían cortado, cómo impedimos que nos cortaran el agua… Hay mucho material para generar todo una narrativa romántica y emocionante sobre esta experiencia. Pero no lo haré. No estoy aquí para esto. Estoy escribiendo aquí para hablar de la cara oscura que nunca se menciona, de todo este desastre organizativo y humano que se esconde detrás de tanto relato chachi.

Y mirándolo desde ahí, con diez años de experiencia y aprendizajes entre medias, afirmo que esta okupa desde el primer momento estaba destinada al fracaso. Ya estas primeras reuniones contenían la semilla de los desastres por venir.

El primer problema fue que teníamos una asamblea coñazo en toda regla. Cometimos todos los fallos que nombro en Vicios en el proceso asambleario, y más. Era una de estas asambleas que ‘a nadie le gustan’ por tener tan mal ambiente. En nuestro caso el problema dominante fue desequilibrio de poder. Había unas chicas con personalidad fuerte que dominaban nuestro caos. ¡Qué difícil nos hicieron la vida! Las temíamos, temíamos las asambleas por ellas. Más detalles os daré pronto cuando hable de ‘estas chicas’.

El segundo problema lo parece ser uno. Teníamos un interés común: Conseguir una casa. En parte de hecho fue útil, porque permitió que partes de nuestro proceso iban bien. Partes, porque este acuerdo tenía una debilidad grave: Este deseo era un deseo de bienestar personal a corto plazo. Conseguir casa gratis y ya está. Esto es lo que nos juntó y lo que nos mantuvo juntas. Todo lo demás, todas estas grandes palabras que usábamos, sea revolución, feminismo, solidaridad o cualquier otra no entraban en el proyecto. Realmente no eran más que esto, grandes palabras en nuestras bocas. No tenían nada que ver con nuestra práctica. Nuestra práctica real era marcada por el egocentrismo. Todo este relato irá desvelando paso a paso diferentes aspectos de esto.

El tercer problema se resume con mi nueva palabrota favorita: cualquiera. Ya he empezado a introducir algo sobre los males que trae en la entrada sobre nuestras falacias. Para resumirlo: Uno de los problemas principales en los ambientes alternativos es que aceptamos que cualquiera haga cualquier cosa y lo llamamos respeto a la libertad. No importan los impactos de las acciones ni el que tipo de persona que son estos cualquieras.

El precio de esto lo experimenté a lo chungo en esta casa. Me había metido con cualquiera en una situación que por un lado podría haber traído notables consecuencias legales y que por otra parte nos puso en una situación de cercanía y dependencia mutua. Los criterios de selección eran: Pertenecer al “rollo” y tener la suficiente voluntad para aguantar el proceso de okupación. No importaba nada más, ni el nivel de consciencia y compromiso social, ni la personalidad, ni el estado psicológico. Eramos un grupo de cualquieras. Podría haber entrado fácilmente un secreta o un sociopata. De hecho algunas de las miembros del grupo tenían graves problemas emocionales. Lo pagó todo el grupo, y al final yo con especial brutalidad. Pero en gran parte la responsabilidad es mía, porque era yo que quería okupar con tanta ansia que asumí irme con cualquiera para ello.

Así qué: Esta okupa tenía que fracasar. El desastre estaba programado desde la primera reunión.

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