Asamblea coñazo
Este término lo empezó a usar mi pareja cuando le tocó a ir a las reuniones de mi grupo de consumo. Cada vez que le preguntaba cómo había ido respondía: Un coñazo.
Y era verdad. Eran reuniones de dos horas para decidir cosas tan complicadas como quien hacía el reparto, como organizar una merienda para la financiación del grupo o algo de similar profundidad. Decisiones prácticas del funcionamiento diario que en un diálogo ordenado se tarda máximo media hora, si tanto.
Pero no era nada ordenado, era un caos. Hablábamos de lo organizativo, para desviarnos del tema y hablar del último evento molón, entrar al siguiente tema, saludar al que llegaba con media hora de retraso (otro parón de 10 minutos), volver al primer tema, pedir bebidas, abrir otro tema sin haber cerrado los dos primeros… Así dábamos vueltas y cuando al fin llegábamos a tomar una decisión parecía una conjunción de las estrellas, y podías tomar por seguro que alguno de los presentes ni siquiera se había enterado. Súmale a esto una variedad de actitudes personales dudables, es decir comportamientos pasotas, dogmáticos, egocéntricos…, y hay que decir que estas asambleas realmente eran eso: una pérdida de tiempo, un coñazo.

Y por desgracia he visto variaciones de este tipo de asamblea tantas veces que me parecía lo normal. Era el precio que había que pagar por querer cambiar algo: Pasar horas de tu vida encerrado debatiendo con otros. Y realmente es necesario hacerlo, pero lo hacemos tan mal que no ayudamos a nadie. La realidad de estas asambleas es que son espacios dominados por los que se imponen por hablar más, por los que se imponen por tener mejor formación, por los que se imponen por currar más que nadie, por los que se imponen porque se ofenden a la primera… en los que se imponen muchas cosas y casi nunca las que responden a las necesidades de todas.
Son espacios muy violentos, en los que aguantamos palos de muchos tipos, empezando por malos tratos directos, pasando por violencia más sutil como el uso de un vocabulario que solo unos pocos entienden, hasta llegar a acciones que son difíciles de percibir como violencia, por ejemplo el desorden grupal.
Las asambleas “emancipatorias” suelen ser espacios en los que aceptamos opresiones mutuas muy graves. Sé que hay matices y variaciones, que no todas cometemos los mismos errores. Pero todas sabemos que A nadie le gustan las asambleas. Porque son un coñazo. Y con el tiempo nos van chupando la esperanza de que todas estas horas agotadoras sirvan para algo. Pero como estamos tan metidas en el molino del activismo diario nunca nos paramos a corregir nuestra manera de organizarnos. Y esto es en mi análisis una de las primeras causas de nuestro fracaso.

He tenido la suerte de conocer a colectivos que trabajan de otra manera, experimentar que las asambleas pueden ser un momento que alimenta las ganas de luchar. Que de una asamblea bien hecha sales más animado y unido. Pero para lograr esto tenemos que cambiar toda la estructura asamblearia. Antes de hablar sobre cómo hacerlo mejor quiero profundizar unas semanas sobre la cuestión de cómo nuestras asambleas llegan a ser tan demoledoras.
Por esto propongo que demos un paso para atrás y que intentemos mirarnos como si fuéramos alguien externo. ¿Qué vería esta persona? Pensemos fríamente sobre cómo hacemos asambleas para buscar fallos concretos que cometemos y por los que las asambleas se convierten en algo Que no le gusta a nadie. ¿Por qué pasa esto? ¿Qué error de fondo cometemos para que unos espacios supuestamente liberadores se conviertan en tal infierno?
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