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Cuando por respeto a la libertad del otro faltamos a la nuestra

Estas semanas pasadas me enfoqué más en desarrollar conexiones, reflexiones que parten de y analizan a las evidencias presentadas en los primeros meses de este blog. Hoy he decidido volver a esta primera parte: Voy a partir de una anécdota que es evidencia de las conclusiones a las que llegué alrededor del egocentrismo, como las teorías ‘liberadoras’ son abusadas para justificar vicios personales y lo dañino que es esta apertura falsa para nuestra organización.

Empecemos otra vez por una Ana, una compañera simpática, mujer de ambientes alternativos, de proyectos y manifestaciones varias con mucha teoría libertaria en la boca y de muy buen rollo. Pero cada vez, absolutamente cada vez que quedábas con ella su primera frase era: “Siento llegar tan tarde, pero los niños, ya sabes. Vayamos a (introduce aquí la ocación del día).” Ana era de las que llegan tarde, sistemáticamente TARDE, tanto que cuando solo se retrasaba treinta minutos considerábamos que había llegado pundual, porque normalmenta era más de una hora, a veces incluso más de dos horas; otras no tanto, pero me lo pasaba esperando con un niño pequeño al lado de una carretera u en otra circunstancia agradable. Lo último fue que nosotros nos quedamos con su hijo por una noche, ayudándola para que pudiera trabajar. La preguntamos varias veces que por favor nos diga a que hora de la recogida y ella nos prometió que iba a ser antes de la comida. Pero poco antes de la hora esperada nos mandó un mensaje de que se retrasaba un poco, y luego otro, y otro, y… alargando hora tras hora. Al final llegó poco antes de la hora de cenar. Este día, por su falta de organización, cinco personas tuvimos que cambiar de planes, alguno quedándose sin comer bien para dar de comer al niño. Y luego le molestó a ella que nosotros estábamos enfadados.

Lo más curioso de esto no es su tardanza, que es algo bastante habitual, sino la normalidad con la asumías, todos y todas de nuestro círculo común. Aceptamos que ella era así, que quedar con ella, por la razón que fuera, implicaba esperar. Sin quejarnos nos organizábamos alrededor de la idea que Ana iba a aparecer cuando le ‘era posible’.

De la misma manera he observado como grupos se acoplaban sin comentarios a personas que aparecían y desaparecían según su fase vital, a personas que pasaban de todos los acuerdos tomados, que durante una asamblea continuamente cambiaban de tema no permitiendo que se desarrollase ninguna conversación…

El silencio colectivo ante estos comportamientos se justificaba en el nombre de la libertad y del respeto, es decir que en el ambiente estaba esta idea de criticarlo era una falta de respeto y una coacción de libertad. Y si aún así te atrevías a decir algo, aunque con mucho cuidado, ¡la que se liaba! Parecía que habías matado la vaca sagrada.

El problema es que, si nos ponemos a revisar con objetividad, todos estos comportamientos son una faltas de respeto, faltas graves a la libertad de los demás. ¿Qué respeto es esto si continuamente tengo que cambiar mis planes porque tú eres incapaz de organizarte? ¿Y encima ni pareces contemplar cómo me perjudica? ¿Qué libertad es esto si desapareces en mitad de un proceso de trabajo, dejándome a mi con el marrón, para reaparecer cuando se te antoja como si nada? ¿Qué respeto es esto si tu te saltas el criterio del común por cualquier cosa que se te pasa por la cabeza? ¿Qué libertad es esta en la que tu tienes permiso de hablar de lo que te apetece cuanto esto nos impide a los demás avanzar en el diálogo en el que queremos avanzar?

Y aún así, repito: en muchos ambientes ‘emancipatorias’ este tipo de comportamientos están normalizados, justificados por discursos de libertad y respeto. La cosa es que, al permitir esto se imposibilitan desarrollar cualquier trabajo serio, es decir se vuelve imposible luchar. Y encima, en vez de ser espacios de resistencia, esto nos convierte en refugios para muchos, espacios en los que pueden derramar sus vicios bajo de la excusa de la libertad. Y por esto esta práctica de libertad cada vez nos hace adentrarnos más en el laberinto.

Ahora, la clave detrás de esto es: ¿Qué entendomor por libertad? ¿Estamos en el concepto de libertad que implica justicia para todos? ¿El que fue tan bien resumido en esta frase: Mi libertad termina donde empieza la libertad del otro? ¿O estamos más bien en la práctica de la libertad individualista, la que es impulsada por el capitalismo narcisista? ¿La que ha confundido libertad con hacer lo que se me antoje sin pensar en las consecuencias ni para mi ni para los demás?

Las dos definiciones nos llevan a caminos incompatibles, aunque ambos bajo la bandera de la libertad. Por esto vuelvo a afirmar: ¡No estamos en lo mismo!

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